Me iba a la escuela y mi madre se quedaba en la cocina con un montón de sábanas y mudas, todas de color blanco.
Se oía el ruido ensordecedor de la lavadora y todo estaba impregnado de olor a "jabón de Lagarto" y "lejía Los abuelos".
Se pasaba la jornada introduciendo coladas y más coladas, hasta la una de la tarde.
Después las aclaraba, una y otra vez, y para finalizar, las dejaba en remojo, con un poco de añil.
Ese día hacía frío, como siempre llegaba de la calle con las manos rojas y ateridas; para calentarlas, las metí en el interior del horno.
Enseguida reclamó mi ayuda:
¡Ven a ayudarme a retorcer las sábanas y a tenderlas, ...!
Cuando terminaba con esta tarea me esperaba un plato de sopa de cocido, berza y garbanzos, carne y relleno; el esfuerzo merecía la recompensa.
Por la tarde, recogíamos y doblábamos las prendas que se habían secado al ritmo del viento.
Mi madre decía:
¡ Qué blancas han quedado, mira qué relucientes, si parecen recién estrenadas, este azulete blanquea que es un primor!
Añil |
Estas son las prendas blancas que he decorado hoy:
Una canción: Blanco añil de Manu Tenorio
El blog con un poema: lento va... a ninguna parte
Ilustración que acompaña al poema
Pero...¿hemos tenido la misma madre? ¿el mismo azulete?..¿la misma escuela??
ResponderEliminarParece que sí.
EliminarEs curioso, el añil de lavar, y el añil de tintar los tejidos....
ResponderEliminarEntrañable entrada!!
Muchísimas gracias por tu comentario. Por favor, sigue regalándonos sabiduría¡
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