Querida
Elisabet:
Tu nombre y apellidos están en
mi memoria pero, por más
que intento acordarme, no pongo cara a estos recuerdos. Han
pasado veinte años y muchos acontecimientos se han borrado de mi mente.
No te puedes imaginar la ilusión que
supone para mí, que me recuerdes con
tanto cariño.
Me dices en tu preciosa carta que,
en parte, me debes tu amor por los
libros y el conocimiento.
Seguro que tú llevabas ese don desde
que tus padres te engendraron, sólo hacía falta poner algunas “piedrecitas” por
el camino para que las fueras
recogiendo. Y eso has hecho.
Que recompensa tan grande me
devuelves, no sabía que podría influir
hasta ese punto.
“La sonrisa la sigo llevando puesta”
y he adoptado el slogan: “Levantarse con
la sonrisa puesta, no cuesta”, para
seguir manteniéndola, día a día.
Las palabras que escribes me
emocionan hasta el punto de hacer brotar en mis ojos lágrimas de alegría.
Que me permitas ser tu amiga, eso me
llega a lo más hondo de mi corazón, me provoca sensaciones y sentimientos muy
agradables y placenteros.
Después de 34 años de profesión,
intentando transmitir, desde la más tierna infancia, el amor a los libros y la
lectura, es la primera vez que me ocurre esto; con tu carta me siento que está pagado con creces, el esfuerzo que me
supone trabajar en la biblioteca.
Tus
halagos me dan fuerzas para continuar la
tarea y mantenerme en la convicción de que estoy en el buen camino.
Intuyo por tu misiva que te has
convertido en una persona muy especial y
con gran sensibilidad, que para ti, las emociones y los sentimientos forman
parte importante de la vida.
Aprovecha todo lo bueno que vayas
encontrando en tu ciclo vital, eso te hará más “bella” aún si cabe.
Sonríe, la sonrisa abre puertas,
ahuyenta lo negativo, provoca empatía,…
No dejes de escribirme, me encanta poder
cartearme con una amiga que se encuentra tan lejos en la distancia física y tan
cerca emocionalmente.
Un fuertísimo
abrazo reconfortante,